lunes, 14 de febrero de 2011

Mi particular San Valentín


Soy un guarro... Soy un vicioso... Bebí de tu boca y ahora siento la poderosa
melancolía del yonqui, añorando su inyección de placer. Soy perverso...
Soy un sátiro... Disfruté del contacto de tu lengua nutriéndome de saliva y sentido.
Ahora mi cuerpo grita clamando nuevas dosis de ti. Soy obsceno... Estoy salido...
Hice el amor a tu sexo, a tu carne, a tu alma...

Todo empezó por culpa de los jodidos polipéptidos, ya sabes, ese subgrupo de
compuestos neuropéptidos que tanto dolor y arte han procurado a la especie humana.
Todo empezó por las jodidas endorfinas y, en menor medida, esas aliadas suyas,
las encefalinas. Los químicos sabían que sólo se trataba de neurotransmisores
producidos por el organismo como respuesta a algún tipo de dolor.

Los materialistas los consideraban putos analgésicos endógenos, fruto de la milagrosa
química innata que, de vez en cuando, nos hacía retozar como animales en celo.
Los brujos inculcaban a la tribu que la causa y el origen de todo se ocultaba en
nuestras retorcidas, fascinantes entrañas.

Pero yo no sentía excesivo dolor aquella noche, al menos conscientemente.
Cuando dimos paso a la improvisación sobre aquella cama, no creía estar necesitado de
analgésicos de ningun tipo, sano, sin constipados ni achaques propios de la
prodigiosa treintena cercana. Claro que siempre he tenido un punto optimista
de lo más antinatural. Siempre he sentido gusto por golpear mi entendimiento contra
muros de realidad. Cuando decidimos interpretar la melodía sin partitura no podía
siquiera imaginar las peligrosas variaciones de la orquesta neuronal en plena
"jam session".

Recuerdo ahora tu luz natural... Recuerdo que lo primero que me llamó la atención fue
la naturalidad con que irradiabas esa energía capaz de atravesar las corazas más
duras. Recuerdo con frecuencia los buenos momentos del pasado reciente, y quizá no
sea yo quien lo hace, sino ese arsenal químico que anida en nuestro interior
dispuesto a dar golpes de estado al ánimo más pintado.

Habla, pues, mi serotonina...

Y dice que el comportamiento humano depende de la cantidad de luz que el cuerpo
recibe cada día. Quizá por eso en las estaciones más oscuras aumentan los suicidios y
la falta de deseo sexual. Dice también que en primavera y verano la luz que recibe
del exterior hace que aumenten sus concentraciones cerebrales, lo que conlleva un
incremento del bienestar y la felicidad, o del estímulo sexual, que viene a ser
lo mismo.

Tú me cegaste desde el principio. Desde aquella primera frase recibida a través de
un intermediario compañero. Tú inundaste de deseo esta serotonina borracha mía,
induciéndola a cierto mecanismo de aniquilación relacionado con la reabsorción de
la propia hormona por la hipófisis, con el consiguiente incremento de producción
espérmica y testosterona.

Aquella noche, estábamos, sin duda, ebrios de acetilcolina, pintoresco neurotransmisor
inyentando pasión a nuestro sistema nervioso autónomo, reduciendo frecuencias
cardíacas e incrementando la producción de saliva, pese al efecto deshidratador del
ron ingerido.

Soy un guarro... Soy un vicioso... Por eso finalizaré estas palabras pasionales,
recordando el breve lapso de tiempo que transcurrió desde que decidimos cambiar de
banda sonora y fuimos directos a la ducha (me vuelve loco lo dulcemente acuatica que
eres). Y es que fue en aquel preciso instante cuando las catecolaminas, otro
producto de las glándulas suprarrenales, se hicieron con el control, preparándonos
para la lucha en la que nos ibamos a sumergir.

Siempre he creído que el sexo tiene mucho de peligro. Hay una sensual transformación
de los cuerpos que van a producirse placer, dolor, o quizá ambos. La inminencia de
una pelea, pues, es tan seductora como la inminencia de un polvo, aunque los efectos
colaterales sean muy diferentes. En cualquier caso, la química orgánica es ciega,
y deduce que follar durante dos horas y media requiere dosis similares de adrenalina,
noradrenalina y dopamina similares a las de un combate de boxeo finalizado en
K.O. técnico.

Y así estoy ahora. Tumbado en la cama, medio sonado despues de otra noche mas en la
urgencia, escuchando el murmullo de la gente en la calle, que comienza una mañana de
lunes cualquiera. Soy un peso medio que ha pasado a mejor vida... Un aspitante
derrotado y tembloroso ante lo que depare el día de mañana, a merced de la sinfonía
química que interpretamos juntos proximamente.

Tan sólo soy ese luchador vencido de lujuria deseando un nuevo asalto a cualquier
precio...

Ahora, mientras te espero, mientras anhelo futuros combates, mejor me voy a dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario